miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Casa Mágica

Pues, que la casa era así: vieja. Pero esto no se veía o no importaba. El cemento del piso de la sala, pulido y rojo, intentaba tener dignidad de alfombra. Las paredes, pintadas por ocasión de la Navidad, eran celestes con detalles plata y parecían un cielo diurno lleno de estrellas equivocadas en la hora.

De los tres cuartos, dos tenían piso de ladrillos, rudos y limpios. En uno de ellos, las dos camas, hechas en casa, tenían los colchones llenos de paja. Las camas estaban siempre bien tendidas, con colchas de telas multicoloridas. La ventana, siempre abierta, permitía un aire fresco y las constantes miradas de los peatones distraídos. Un armario de dos puertas, casi vacío completaba el sencillo mobiliario.

El otro cuarto tenía una cama, también bien tendida, un armario de dos puertas no distinto del otro y una mesita donde posaba un intrigante elefante de yeso azul. Este era un cuarto prohibido y yo imaginaba como eran las rosas del jardín, donde iban a dar la ventana y la otra puerta del cuarto. Hasta hoy, de aquí mismo, es posible olerlas.

De la cocina de piso de ladrillos, siempre salían las cosas más imposibles, como la mejor sopa de frijol y pasta del mundo.

Pero lo mejor estaba en el cuarto de la pareja. El piso de cemento quemado, tenía manchas azules y amarillas, como si una inmensa pelota de plástico explotada cubriera el piso. La cama de madera oscura no parecía tener espacio suficiente para dos personas, pero cabían todos los nietos necesarios.

El armario, también de dos puertas, podría parecerse a los demás, si no fuera porque salían de allí galleta y caramelos inimaginables, como si el fondo del armario fuera falso. No era posible saber si eran mágicos los dulces o las manos arrugadas que los sacaban de allí…
Jaqueline Giarola

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